Ya nos vamos acostumbrando a estas fugaces razzias de 24h, que siempre resultan provechosas. El pasado sábado Víctor, Mario y yo nos subimos a un avión a las 7 de la mañana, y nos plantamos en Málaga, para pasar un día de pajareo junto a la mejor compañía posible: Manuel Araujo y Andy Paterson. Como no podía ser de otra forma, 20 minutos después de aterrizar, ya estábamos desplegando los telescopios en el Guadalhorce. Tras un bonito encuentro con un grupito de vuelvepiedras y correlimos tridáctilos (fotos), acudimos al encuentro del gran Antonio Tamayo, al que por fin pude conocer en persona.
Con los mejores guías posibles, fuimos desgranando las lagunas de este pequeño enclave, una isla de diversidad entre el hormigón y el mar. Lo primero, un águila pescadora en su posadero daba buena cuenta de un pez enorme. El ave portaba anilla, y nos costó un buen rato descifrarla: KM7 (foto). Vimos también garza imperial y 2 espátulas, una de ellas anillada en Holanda (foto).Después de un atracón limicolero (17 correlimos zarapitines, menudos, comunes, agujas, canastera, etc.) y larogaviotero (audouinn, pati, sombría, charrán patinegro), disfrutamos de una buena comida, regada apropiadamente, y nos dirigimos (ya sin nuestros amigos Andy y Antonio), a las sierras del interior de la provincia.
Un placer estético y ornitológico, visitar estos montes calizos mediterráneos, con preciosos rincones repletos de vida. Observar curruca mirlona fue para mi una satisfacción personal, pues llevaba tiempo sin anotarla en mi cuaderno de campo. Una multitud de paseriformes orlaba los caminos (ver foto de roquero solitario), mientras el omnipresente alcaudón común oteaba desde su posadero en busca de alguna presa a la que crucificar. Nos topamos con dos hembras de cabra montés (la cabra, la cabra…), una de ellas nos pareció muy gordita, probablemente preñada (foto). Pacían tranquilas, sin la interferencia del temido animal bípedo. Miles de vencejos (algunos de ellos pálidos) agitaban el aire con su vuelo.
Cuando nuestro tiempo ya se acababa, el sol y el viento quisieron darnos una bonita despedida, coloreando y dando vida a la mies y a los montes. Para terminar, antes de tomar el vuelo de vuelta en esa máquina imitadora, vimos el vuelo, este sí, real y majestuoso, del águila perdicera (foto), una de las joyas de la montaña mediterránea. Posada en su atalaya, sólo un despistado zorro logró romper su proverbial hieratismo (“hieraetus”).
Volamos de vuelta a Madrid, exhaustos pero lógicamente contentos.
Triguero Emberiza calandra
Aguila perdicera Hieraetus pennatus. Foto: Víctor Merino.
Los 6 del Guadalhorce